Respirar bien, pensar mejor: una mirada a la calidad del aire interior

Respirar bien, pensar mejor: una mirada a la calidad del aire interior

Por: Ernesto Porras – Consultor en Climatización y Bioclimática

Introducción

En la mayoría de las edificaciones, evaluar la Calidad del Aire Interior (IAQ, por sus siglas en inglés) se ha vuelto un proceso técnico: medir concentraciones de CO2, niveles de partículas, humedad relativa y otros parámetros definidos por norma. Sin embargo, esta forma de ver el problema no siempre refleja la experiencia real de quienes viven o trabajan en esos espacios. Un ambiente puede «cumplir» con los estándares técnicos y, aun así, sentirse pesado, generar fatiga o disminuir la concentración, afectando el desempeño diario sin que haya síntomas evidentes.

Esto quedó en evidencia en una reciente encuesta realizada en LinkedIn, donde preguntamos: ¿Qué variable del ambiente interior crees que más influye en tu concentración o desempeño mental?. La mayoría de los participantes eligió la IAQ como el factor más determinante.

El aire no solo se respira, se siente

Aunque no siempre lo notemos de forma inmediata, el aire que respiramos afecta cómo pensamos, cómo tomamos decisiones y cómo nos sentimos a lo largo del día. El cerebro, a pesar de representar solo el 2% del peso corporal, consume cerca del 20% del oxígeno que inhalamos. Esta demanda constante lo convierte en un órgano extremadamente sensible a la calidad del aire. Cuando la ventilación es insuficiente o los niveles de CO2 aumentan más de lo ideal, la mente empieza a operar con menos claridad:

  • Se ralentiza la toma de decisiones.
  • Aumenta la sensación de cansancio.
  • Disminuye la capacidad de concentración sostenida.

Estudios como el COGfx Project de la Universidad de Harvard han demostrado que duplicar la tasa de ventilación puede mejorar de forma significativa el desempeño cognitivo en oficinas.

¿Cumplir la norma es suficiente?

La mayoría de los proyectos evalúa la calidad del aire interior con base en el cumplimiento de una normativa. Si los niveles de CO2, humedad, partículas y otros contaminantes están dentro de los rangos establecidos, se considera que el sistema cumple y, por tanto, que el espacio es saludable. Pero esta lógica tiene un problema de base: las normas definen límites mínimos para condiciones aceptables, no para condiciones óptimas.

Como explica Joseph G. Allen en el libro Healthy Buildings, las normas de ventilación no se diseñaron para maximizar el bienestar o el rendimiento, sino para evitar quejas o problemas evidentes de salud pública. El objetivo original era prevenir riesgos mayores, no optimizar la función cognitiva o el confort percibido. Esto significa que un edificio puede estar técnicamente «en regla» y aun así generar entornos que afectan negativamente la experiencia de quienes lo habitan.

Por ejemplo, muchas normas de ventilación aceptan niveles de dióxido de carbono (CO2) cercanos a 1.000 ppm como límite de confort. Sin embargo, diversos estudios han demostrado que cuando los niveles de CO2 superan los 800 ppm, se empieza a deteriorar el desempeño cognitivo, afectando áreas como el uso de información, la capacidad de respuesta y el razonamiento estratégico. En la práctica, esto quiere decir que una sala de reuniones, un aula o una oficina puede operar dentro de lo legalmente aceptable, pero generar una caída perceptible en el rendimiento mental de sus ocupantes, especialmente en tareas que requieren concentración sostenida.

No se trata de desconocer el valor de las normas, estas son esenciales para establecer una base mínima de calidad del airee interior, sin embargo, quedarse solo en el cumplimiento normativo es insuficiente si el objetivo es diseñar espacios que realmente respalden el bienestar, la productividad y la salud mental de las personas. Es así como el bienestar percibido, la calidad cognitiva y la sensación de vitalidad en los espacios son indicadores que requieren una mirada más profunda, donde la ingeniería técnica se combine con la comprensión de la experiencia humana.

La carga mental invisible

Pasar largas horas en un ambiente mal ventilado no siempre genera síntomas inmediatos como tos o irritación. Pero sí acumula una carga mental invisible:

  • Más fatiga al final del día.
  • Menor claridad para resolver problemas.
  • Mayor esfuerzo para mantener la atención.

Estos efectos, aunque difíciles de medir con sensores convencionales, son fáciles de sentir. Quienes trabajan o estudian en esos espacios perciben que el ambiente «pesa», que la energía decae, y que el simple hecho de sostener la concentración se vuelve un desafío. Diseñar sistemas de climatización y ventilación que tengan en cuenta no solo los parámetros técnicos, sino también las condiciones reales de uso y la percepción humana es clave para construir edificios que funcionen mejor.

Un enfoque integral desde la ingeniería

Desde Consultoría y Diseño en Climatización (CDC) abordamos el reto de la calidad del aire interior combinando tres acciones esenciales:

  • Diagnóstico técnico realista, basado en datos obtenidos en condiciones normales de uso.
  • Diseño adaptado al contexto, considerando el clima local, la ocupación y las dinámicas reales del edificio.
  • Verificación en campo, asegurando que lo instalado funcione como fue previsto y que realmente cumpla su propósito: mejorar la experiencia de quienes usan el espacio.

En mayo publicaré un artículo completo en la newsletter Climatización para la Vida de LinkedIn, donde profundizo con más detalle en la relación entre calidad del aire interior, función cerebral y diseño de edificios saludables. Te invito a suscribirte si quieres entender cómo pequeños ajustes en la calidad del ambiente pueden generar un impacto real en el confort, la productividad y el bienestar diario. Porque no solo se trata de respirar, sino de vivir y pensar mejor.

Si tienes preguntas o comentarios, puedes escribirme a consultoria@ernestoporras.com.

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